miércoles, 3 de febrero de 2010

ADRIÁN ACOSTA SILVA
Sección: Estación de Paso
“La urna y la vida"
25 junio 2009


Me arriesgo a comentar en esta nota un tema que, sospecho, no es popular ni goza de demasiada estima entre los radioescuchas: el de las elecciones. La buena noticia es que la próxima semana terminarán por fin los procesos electorales y se sabrá cómo se resolverán los equilibrios políticos para los próximos tres años. Pero no voy a hablar aquí de los problemas de representación política, de la calidad de lo que hemos visto ni de especular en torno a los significados de las elecciones, de los electores y de los posibles elegidos. Me voy a concentrar en conversar con ustedes en torno a algunas cosas de lo que probablemente ocurrirá el día 5 de julio, entre las 8 de la mañana y las 6 de la tarde, es decir, lo que puede ocurrir en la jornada electoral, en la que casi un millón de ciudadanos en todo el país participarán como funcionarios de casilla o representantes de los partidos políticos en cada mesa electoral . Y para ello voy a apoyarme en lo que escribió hace casi medio siglo el célebre escritor Italo Calvino en La jornada de un escrutador (1963), un relato basado en las observaciones de un participante en el transcurso de unas elecciones locales en su país, Italia. Es un relato crudo que, en palabras del propio Calvino, le significó diez años de trabajo, muchas noches de insomnio, y varios meses de incapacidad para escribir otra cosa.
En ese libro, el personaje central (Amerigo Ormea) un militante comunista, participa como representante de partido en una mesa electoral en Turín. A partir de ahí, registra y reflexiona en torno al comportamiento de los funcionarios y de los ciudadanos que llegan a depositar su voto. Amerigo había aprendido que “los cambios en política se producen por caminos largos, y que no era cosa de esperárselos de un día para otro, por un giro de la fortuna”. Por otra parte, estaba seguro de que en política (como todo en la vida) cuentan solamente dos cosas: “no hacerse demasiadas ilusiones, y no dejar de creer que cualquier cosa que hagas puede servir”. Con estos principios sólidos, el personaje de Calvino participa en el día de la elección.
El relato registra la llegada de ciudadanos a la mesa de votación, describiendo una colección de personajes que encarnan el sentido de construcción y los absurdos cotidianos: el aburrimiento y el entusiasmo van de la mano al instalar la casilla electoral, las cajas, las sillas, la mesa. Desfilan a lo largo del día personajes que evocan reflexiones al narrador: el paralítico que llega a votar, el idiota, la enana, la monja, el hombre de los muñones, el cretino. La rutina soñolienta que impone la norma sólo se ve alterada por pequeñas discusiones entre los miembros de la mesa –los funcionarios electorales- en torno a sus interpretaciones de lo que es válido o no, de la corrección del voto, del comportamiento de los electores.
Sin moralina ni pretensiones intelectuales, Calvino logró hacer de un ritual generalmente aburrido y solemne, un relato estupendo en torno a la vida cívica y la vida a secas, que quizá sea pertinente para ver las elecciones mexicanas de otro modo. Ahora que el ruido de las campañas, los pleitos y el aburrimiento han hecho presencia arraigada en la democracia mexicana, tal vez habría que recordar que la política y las elecciones son también parte de la vida cotidiana de individuos y ciudadanos, en la que el sinsentido y las pasiones, la infelicidad natural y las pérdidas, la razón y las emociones, habitan el sencillo acto de ir (o no ir) a votar.

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