miércoles, 1 de julio de 2009

PABLO ARREDONDO RAMÍREZ
DEL VOTO NULO A LA AUDIENCIA NULA
Transmitido: Lunes 29 de junio 2009


Si en algún momento se escribe la historia de la actual contienda electoral es muy probable que aparezca un protagonista que si bien ha estado presente en nuestra imberbe democracia, nunca había adquirido la relevancia de la presente coyuntura. Se trata del llamado “voto nulo” o “voto en blanco”. Que no es lo mismo, pero es igual.

Ese fenómeno político, al decir de los que saben, tiene dos posibles explicaciones. La primera, sostiene que el arrastre del voto nulo se sostiene en una verdad tan clara como incuestionable; a saber, el abrumador desencanto de la ciudadanía con una clase de políticos que lo único que hacen, permanentemente, es mirarse al ombligo, proteger sus propios intereses, ignorar las necesidades la mayoría, abultarse los bolsillos con los recursos públicos, reírse a carcajadas de cualquier impugnación proveniente de “Juan pueblo” y maquillarse para aparecer en la televisión. La desilusión con semejantes “servidores de la democracia” tendría que traducirse, entonces, en voto de rechazo a todos, entendido como un voto en blanco.

Otra vertiente explicativa, afirma que la promoción del “voto nulo” no es más que el producto de una campaña ideada desde el mismo poder para favorecer el actual estado de cosas. En otras palabras, que la promoción de tal tipo de conducta electoral no acarreará ningún cambio, puesto que el llamado “voto nulo” o en “blanco” no se traducirá en la llegada de representantes de otro nivel ni calidad. Los ganadores del “voto nulo” serán los actuales detentadores del poder, quienes no verán mermada su posición gracias a la “resistencia pasiva” que significa tal tipo de conducta ciudadana.

En lo personal me inclino a considerar que si bien el “voto nulo” es un derecho de los electores, en realidad tiene poca efectividad. Dependiendo de su magnitud afecta la legitimidad de los contendientes –incluyendo a los ganadores--, pero en términos reales, el espacio que obtiene el “voto nulo” el día de la elección terminará siendo ocupado en la práctica por alguno de esos políticos cuestionables y cuestionados. El “voto nulo” es un mensaje explicable de la ciudadanía, pero no logra evitar que alguno de los contendientes se transforme en el ganador.

Y si bien los políticos y sus partidos –en general—resultan repugnables en más de un sentido, es menester incorporar los matices. Hay de candidatos a candidatos, así como hay de partidos a partidos. En otras palabras, “todos son de barro, pero no es lo mismo bacín que jarro”. Por mal que esté el sistema de partidos políticos, nuestra vapuleada democracia todavía ofrece opciones en el campo electoral, aunque estemos obligados a localizarlas con la lupa.

Como sea, le fenómeno del “voto nulo” está dejando muchas lecciones y reflexiones en torno al actual sistema de poder que rige en México. Por ejemplo, en más de una ocasión, me he preguntado cuál es el verdadero aporte que la televisión en México está haciendo para construir y volver sustentable a la democracia en nuestro país. La respuesta es obvia: no observo por casi ningún lado los aportes. La televisión mexicana no sólo ha dado la espalda a muchas de las genuinas aspiraciones democráticas, sino que está ayudando a desvirtuar a la política.

Para mala fortuna de los ciudadanos, la política se ha mediatizado. La televisión, controlada por Televisa Y TV Azteca, ha subordinado a la política y se ha apropiado del más importante de los espacios públicos existentes. Lo mismo construye que destruye candidatos. Lo mismo focaliza que ignora temas a su antojo. Establece agendas informativas a conveniencia propia. Difunde contenidos de calidad ínfima y, para colmo, encaja los colmillos sobre el erario sin anteponer el interés público.

La telecracia está lejos de ser un mito en México. Existe y se manifiesta de maneras burdas. Lo mismo impugna leyes que limitan su influencia en el mercado y en el sistema político, que vende protección mediática al mejor postor. Para nadie es un secreto que las principales críticas a la reforma que inhibió las “política de los spots” (que tanto daño hicieron en la elección del 2006) provinieron de las televisoras y de sus intelectuales orgánicos.

Pero eso no los detuvo. Han desarrollado formas originales para alimentarse, cual vampiros, de los dineros públicos y para acrecentar su influencia. Entrevistas a modo de los gobernantes, programas de presunta promoción turística en la República, renta de estrellas para apoyar campañas partidistas y hasta debates entre “suspirantes” a la presidencia de la república. Nada de eso es gratuito en nuestro sistema mediático o telecrático. Se logra por medio de una colisión de intereses políticos y económicos. Basta observar el caso de Peña Nieto, gobernador del estado de México. Se logra inyectando dinero fresco en los bolsillos de los tiburones de la televisión. Basta pensar en el reciente espectáculo de Azcárraga Jean y la maestra Gordillo. Amos y señores de la “buena educación“, que prevalece en México.

La televisión mexicana le hace daño a la democracia y denigra la política. Por eso me pregunto si más que promover el “voto nulo”, los defensores de la democracia en nuestro país deberían levantar otras banderas, como por ejemplo, la de la “audiencia nula”.

Qué tal si al menos una buena cantidad de mexicanos, tan adeptos como somos a la televisión, decidiéramos que hasta nuevo aviso –es decir, hasta que la telebasura se reduzca a su mínima expresión—intentaremos consumir tal alimento simbólico en otras fuentes.

La audiencia nula en televisión –causa que abrazo desde ya-- no significa dejar de consumir mensajes televisivos. Supone evitar aquellos que provienen de las dos televisoras que dominan el mercado nacional. Para quienes acceden a la televisión por cable ello es posible sin mayor dificultad. Porque si bien en los sistemas de cable también abunda la telebasura, al menos las opciones se multiplican. Lo mismo podría afirmarse para quienes tienen acceso a Internet de banda ancha.

Una televisión con “audiencia nula” sería, desde mi muy particular punto de vista, una aportación más sólida para la democracia y para la responsabilidad política, que la promoción del “voto nulo”. La “audiencia nula” emitiría un mensaje contundente tanto a los políticos en los que no creemos, como a las televisoras antes las cuales se rinden. Si las televisoras no atienden las verdaderas necesidades de la mayoría, la mayoría no tiene porque atender a sus mensajes.

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