viernes, 31 de julio de 2009

AVELINO SORDO VILCHIS
SE HACEN REFORMAS A LA MEDIDA
Transmitido: jueves 30 de julio 2009


La receta que los políticos aplican cuando se ven obligados a destituir a un funcionario por «inoperante» o cualquier otro motivo, es clara: si se trata de un cuate —de alguien a quien hay que cobijar— se le otorga un nombramiento en una dependencia distinta y asunto arreglado: el sujeto se lleva discretamente su «inoperancia» a otra parte sin salir de la nómina. Aunque no lo crean, hay quien no entiende estas sencillas reglas. Está el caso del funcionario que después de ser despedido, propuso —sin sonrojarse siquiera— que en lugar de correrlo, mejor lo trasladen, con todo y oficina, atribuciones y personal, a otra dependencia.
El 14 de julio, Alejandro Cravioto, en su carácter de Secretario de Cultura, informó a la prensa la determinación de cesar al Director General de Actividades Culturales, Santiago Baeza, calificando su actuación como «inoperante», ya que durante su permanencia en el cargo, se había mostrado «incapaz de presentar proyectos sustentables». Aclaró que el asunto se había cocinado en las altas esferas gubernamentales hacía por lo menos tres semanas. A la pregunta de a partir de cuándo se haría efectiva la destitución, el Secretario no hizo mayores precisiones, por lo que automáticamente la convirtió en algo así como un despido Montesori.
La reacción de Baeza fue inmediata. El mismo día 14 expresó a la prensa su inconformidad y —en lo que fue una muy gráfica demostración de algunos de los probables porqués fue cesado (indisciplina, falta de tacto y de espíritu de equipo)— arremetió contra el Secretario, todavía su jefe formal, con un rosario de calificativos insultantes. Y fue más allá al arriesgar una teoría para explicar su cese: «se trata —dijo— de un reposicionamiento de la extrema derecha en el gobierno». Y ya en plan de politólogo añadió, «es un ajuste de cuentas del mismo grupo de extremistas que pretende tomar el control del partido a través de manifestaciones porriles».
El 22 de julio Baeza continuó su monólogo al mandar, a través de Público-Milenio, una especie de cartita al Niño Dios disfrazada de reportaje, donde —además de subrayar el carácter Montesori de su despido al asegurar «no voy a presentar mi renuncia»— dió a conocer sus deseos. Su petición consiste en que no lo cesen, sino que trasladen con todo y chivas la Dirección General de Actividades Culturales —con él a la cabeza, por supuesto— de la Secretaría de Cultura a la de Turismo y asunto arreglado. En resumen, lo que Santiago pide es que se haga una reforma al Estado con el propósito de conservar su chamba.
Desde mi humilde punto de vista, la solución al problema salarial de Baeza es más sencilla: basta con que le expidan un nombramiento en la Secretaría de Turismo y a otra cosa. Eso, claro está, si el Secretario del ramo está dispuesto a recibir a un funcionario obviamente indisciplinado y falto de tacto y de espíritu de equipo. Lo otro es francamente descabellado: primero habría que consensar si la reforma es pertinente —si la estructura orgánica del gobierno estatal la requiere— y después reformar la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo del Estado, la Ley del Presupuesto de Egresos y quién sabe cuántas cosas más. ¿No les parece demasiado?
Ahora que en estos tiempos todo es posible. Ya ven que el Ayuntamiento de Guadalajara inventó la remodelación del camellón de Chapultepec para darle chamba a Claudio Sáinz. Por su parte, Baeza tiene otras salidas, aunque fuera del presupuesto: podría, por ejemplo, iniciar su carrera de escultor o dedicarse a dictar sus memorias, donde nos relataría cómo fue que logró la hazaña de contener a la ultraderecha en su intento por apropiarse de la Secretaría de Cultura y otros asuntos de interés.
Y también, en qué preciso momento se percató de que la ultraderecha era parte de la administración donde él colaboraba.

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